Monday, November 13, 2006


Constantino XI Paleólogo Dragases, el Emperador inmortal


El poema que aparece en esta página fue escrito por Fátima Frutos, queridísima amiga donostiarra que vivió muy de cerca la creación de Las Lágrimas de Karseb y que ayudó decisivamente a convertir la novela en un éxito. Dotada de una prodigiosa habilidad para la poesía –género que, entre otros, cultiva habitualmente–, extrajo líneas, fragmentos y elementos aislados del texto de la obra y creó este poema en honor del último emperador del Imperio romano de Oriente, Constantino XI Paleólogo Dragases, destinado a ser leído durante la presentación del libro en Barcelona.

Por tanto, con todo mi afecto y gratitud: Para Fátima.


Solía cabalgar al amanecer,
sin compañía,
cuando la luz, al zafarse de la mordaza de las sombras,
invitaba a formas y a seres a abandonar la falsa tumba de la noche.
No miró atrás al cruzar las llanuras de Esparta buscando el mar.
Llevó consigo escudo y sueños.
Y las rojas mañanas de Mistra grabadas en el recuerdo.
Sintió que en la tierra de nadie,
en el mundo bajo el espejo,
sólo el reflejo del amor puede ser tomado por cierto.
La soledad, que acontece tras la ventisca,
le había enseñado a vivir sin afectos.
Y en las estancias vacías de su corazón
sólo cabía el orgullo de los agraviados.
Nada podía ser añadido más allá del silencio,
que es el triunfo sobre las palabras
que no necesitan ser pronunciadas.

Por un instante único,
la linde del tiempo creada por los hombres
para resguardarse del miedo a la eternidad se desmoronó
y el Sagrado Palacio Imperial de Constantinopla volvió a la vida.

Un millar de pájaros alzó el vuelo
en una estridente algarada
que quebró el cristal del cielo.

Constantinopla. A lo lejos.
Constantinopla. Desplegándose en el horizonte.
Ocupando todo el horizonte.

Rutilando, bajo la luz de la mañana.


Las Lágrimas de Karseb • Julio Murillo Llerda
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